La felicidad en sus manos


Todos los días prestaba atención a nuevas sensaciones. El viento entrando por la ventana del living. El bebé que llora en la lejanía. Los pájaros en la vereda. La moto qué pasa por la calle del costado. Los encargados de los edificios que se saludan y comentan en último evento deportivo.

Con el correr de los días se fue dando cuenta de lo maravilloso que era poder ser consciente de esas cosas. Observar esos detalles. Disfrutar de esos sucesos gratuitos. Y también odiarlos, porque no. El ser humano puede pasar por diferentes estadíos en poco tiempo (y seamos honestos, el bebé del vecino llora a los gritos).

Esa mañana estaba sentada desayunando cuando todo comenzó a suceder al mismo tiempo. Sonó el timbre (finalmente andaba luego de tanto tiempo), la ventana de la cocina comenzó a sacudirse con el viento, una tormenta se descargaba sobre la ciudad y el teléfono fijo sonaba sin parar.

– Paso a paso – se dijo. Preguntó quién era en la puerta. Nadie respondió. Asumió entonces que se debería tratar del fumigador y se aproximó al teléfono para responder a su llamada.

- Hoola – Sin saber porque alargaba la O cuando respondía.
- Si, soy yo. ¿En qué puedo ayudarlo?
- No, no estoy interesada. Muchas gracias. Completamente segura. Gracias.

Cortó el teléfono.

Todo volvió a la normalidad.

Quién querría comprar una supuesta felicidad manufacturada si ella tenía la verdadera en sus manos.

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