Los restos y el sol

¿A quién se le ocurre dejar los carozos de las aceitunas dentro de una maceta? Francisco se dió cuenta que el orden de la casa le iba a llevar mucho más tiempo del que había pensado dedicarle. Por suerte, sólo había habilitado algunos ambientes de la casa y otros los había dejado cerrados con llave. Eso le aseguraba que no tenía que buscar carozos en la terraza, por ejemplo. 


Cuando estaba chequeando las macetas que tenía en la biblioteca se dio cuenta de que alguien había estado jugando con sus libros. Desordenándolos. Seguro había sido Germán. Desde que llegó tenía cara de pocos amigos. A esta edad traer una primera cita a la fiesta de cumpleaños de alguien sin preguntar era una verdadera boludez. Y se lo hizo saber cuando le avisó que venía con la mina, cuando le abrió la puerta y cuando se cruzaron en la cocina. - Me parece cualquiera que hayas venido con una chica. Esta fiesta es importante para mí. No es un evento más. - le dijo un poco a las corridas y en voz baja mientras lavaba los vasos que había levantado en su camino. Germán, haciendo gala de su mejor oratoria pasivo-agresiva, respondió mientras salía de la cocina: - Al final, le bancas los invitados a todos menos a mí. - 


¡Qué pesado! pensó Francisco, recordando ese intercambio y siguió ordenando los libros. Le había intercalado los lomos blancos entre todos los de la gama del rojo. Cuando quería podía ser molesto y mucho. Una vez listos los libros le tocaba a la mesa grande. La había estado evitando porque parecía el resultado de una explosión: vasos, servilletas mojadas o manchadas, restos de comida y otros objetos no identificados. Comenzó por una pila de la izquierda, por algún lado tenía que arrancar. Un vaso de trago largo estaba hasta la mitad de cerveza caliente negra. Laura, que linda mina. Era la única que tomaba esa cerveza y la había traído especialmente ella. Le había quedado la impresión de que se terminó yendo con Juan a la madrugada. Seguro que la había convencido de llevarla con “oscuras intenciones”. Después le iba a escribir para ver cómo estaba.  


¡A seguir! Que todavía estaba a tiempo de salir a caminar mientras hubiera sol. 


Para cuando ya había limpiado la mitad de la mesa apareció, debajo de un revista un flyer de una banda. La del novio de Marita. Sí, según el aviso tocaban en un bar de mala muerte en Lomas el sábado siguiente. Decidió pegarlo en la heladera para no olvidarse de inventar una ocupación para ese día. En un chop que encontró en el baño había un forro. ¡Será posible! Al final son unos pendejos. ¡Que les cuesta un poco de consideración!


Por este tipo de cosas es que no hacía fiestas en su casa todos los años. Necesitaba que pasara un tiempo prudencial entre una y otra. Olvidarse de las asquerosidades y que le quedaran sólo las risas, la buena música y las conversaciones interesantes. 


Lo mejor que le había pasado anoche había sido que venga Juli. Que belleza de persona. Le trajo un regalo súper dedicado. Una remera de su serie favorita. El talle perfecto, el color también. Tuvo que hacer un esfuerzo para no demostrar todo lo mucho que le gustaba. Pero se le debe haber notado un poco, lo justo. Porque cuando se despedían en la puerta, Juli lo miró fijo sonriendo se le acercó y le dio un beso. Un gran beso con mucha lengua mientras le agarraba el cuello acercándolo. 


Por eso no se podía dormir y decidió ponerse a limpiar todo ese desastre. Porque el recuerdo del beso era la energía que necesitaba para dejar todo reluciente. Porque cuando terminara le iba a escribir a Juli y la iba a invitar a salir a caminar al sol.


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